¡Albricias, Madre, albricias!
En enero de 1886 llega a La Naja una carta fechada en Roma el 13 de aquel mismo mes y año. La carta contenía el decreto pontificio de aprobación definitiva de la congregación de las Siervas de Jesús de la Caridad.
Con este decreto quedaban colmados los anhelos de la santa Madre María Josefa del Corazón de Jesús y de sus hijas en cuanto podía referirse a la congregación por ella fundada, y los de D. Mariano José de Ibargüengoitia y Zuloaga, su director y “cofundador.”
La escena, nos la refiere con sencillez una hermana, sor Jesús María Ortínez:
“Nada tan grande podía haber para el corazón de la Fundadora como esta singularísima gracia, que constantemente había pedido al Sacratísimo Corazón de Jesús y que ahora acababa de concederles por medio de su representante en la tierra. La carta llegó a su nombre. Al abrirla y ver el documento que contenía se le llenaron los ojos de lágrimas, aunque su primer impulso fue ir al sagrario, se postró a solas ante Jesús Crucificado, para que la emoción no fuese notada por las hermanas que estaban en la capilla. Sosegado su corazón, guardó cuidadosamente el documento y prosiguió en las ocupaciones ordinarias de cada día”.
Dos días pasaron en este religioso silencio. El tercero, era día de confesión. Sabiendo la hora en que puntualmente solía llegar el venerable D. Mariano, Madre María Josefa salió a recibirle y con su acostumbrada sencillez le dijo, al mismo tiempo que le hacía entrega del documento: “Padre, esto ha llegado de Roma”.
Mariano lo desdobló y al leerlo, quedó un tanto pensativo y preguntó: “¿cuándo lo ha recibido usted?”
Ella contestó humildemente: “Hace tres días”.
Y el padre, asombrado de tal silencio, repuso en tono de reproche: “Y cómo no me avisó?”
“Porque temía distraerle de sus muchas ocupaciones”
“Al menos ¿lo sabrá la Comunidad?”
“No, padre, me pareció que yo no era digna de comunicárselo y esperé a que viniera usted”.
Mariano, tan ascéticamente parco en expresar sus sentimientos, exclamó rebosando alegría: “¡Albricias, Madre, albricias! y levantando sus ojos al cielo exclamó: ¡“Te Deum laudamus”!
Y, reuniendo a toda la comunidad en el oratorio, les dio la buena noticia, leyó el decreto en alta voz y entonó el “Te Deum laudamus” en acción de gracias.
En este decreto hay una significativa recomendación, casi un mandato que dice así:
“Sigan, por tanto, las hermanas, guiadas por los Ordinarios, aborreciendo lo malo, adhiriéndose a lo bueno, muy diligentes en la Caridad, sin ser escasas en la solicitud, sino fervorosas en el espíritu, sirviendo a Dios, alegrándose en la esperanza, pacientes en la tribulación, constantes en la oración, comunicativas en las necesidades de los prójimos, asiduas en la hospitalidad, trabajando con todas las fuerzas y fervor en procurar su propia santificación y la de los otros y trabajando más y más para conseguir el fin que se han propuesto para responder a los deseos del Pontífice Máximo -Jesús- al cual nada puede ser más grato que el ejercicio asiduo y esmerado de los oficios de la caridad con los enfermos, proveyéndoles, por el amor de Dios, los auxilios espirituales y corporales”.
La Madre Fundadora escribió a todas las Comunidades para darles la noticia de la grata nueva. “Mas no se contenten -añadía- con la celebración de una simple acción de gracias, pues ya saben que el mejor modo de manifestar al Señor nuestro agradecimiento y de hacer de él un himno de alabanza, es que seamos más fieles a nuestra vocación”.
(Cfr. “DON MARIANO JOSÉ DE IBARGÜENGOITIA Y ZULOAGA”)
Sor Isabel Márquez.Pág.80ss