Llegado el 16 de marzo por la mañana se percibían las ganas e ilusión en la cara de todas nosotras que ya nos íbamos motivando los días previos. La comunidad de Vitoria fue el inicio y el cierre de la bonita experiencia de la peregrinación hacia el castillo de Javier que este año tenía el lema: Corazones en camino. Aquí recibimos a los jóvenes de la pastoral juvenil (PASJU) de León con los cuales hemos experimentado el gran don de la fraternidad, con los que nos sentimos hermanados desde que algunas de nosotras viajamos con ellos a la JMJ de Portugal.
Después de algún imprevisto solucionado desde la fraternidad, el buen humor, y una sierra mecánica, nos dirigimos en autobús hacia Sangüesa, localidad donde íbamos a iniciar la peregrinación. En el autobús, el padre Thierry, delegado de la Pastoral Juvenil de León, nos dio varios puntos a tener en cuenta para vivir la experiencia: la alegría, puntualidad, paciencia, el silencio, la escucha, la hermandad sin comparaciones, y nada de expectativas, dejarse sorprender de lo que nuestro Dios generoso nos iba a ir ofreciendo en el camino.
Llegados a Sangüesa iniciamos la caminata realizando el Vía Crucis a lo largo del camino, en el que pudimos meditar en silencio las debilidades y fortalezas de nuestros jóvenes de hoy. El ambiente que se formó no podía ser mejor, y el silencio era de admirar, con eso y forzando la marcha en el último tramo llegamos a la Eucaristía en la explanada del castillo de San Francisco Javier. Allí, D. Florencio Roselló, arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela nos llamaba a una Iglesia en salida con estas palabras:
“Llegar a Javier es recibir el espíritu misionero. Es construir Iglesia en salida. Llegar a Javier es abrir los ojos y preguntarse ¿qué quiere Dios de mí?, como lo hizo San Francisco Javier. Pero, sobre todo, llegar a Javier es estar dispuesto a dar la vida por los necesitados como la dio San Francisco Javier. Por eso el castillo de Javier nunca es un punto final, sino un punto de partida”.
Con el corazón encendido aprovechamos para visitar la pila bautismal donde fue bautizado San Francisco Javier, allí unidos, rezamos la oración del Credo, redescubriendo nuestra pertenencia a una gran familia: la Iglesia, desde la cual nos han precedido tantos santos y santas, y tantos otros que nos han transmitido la fe.
De aquí fuimos directos al Seminario de Pamplona donde nos hospedamos junto a los jóvenes de otras diócesis. Allí participamos de un momento muy impactante y especial para todos: la Hora Santa. No hay palabras que expresen lo que sentimos, solo quedan grandes recuerdos grabados en el corazón, experiencia de un Dios vivo y la fuerza de la oración de intercesión.
Al día siguiente nos dirigimos a Estella, apodada la “Toledo del Norte”, localidad de Andrés uno de los jóvenes procedentes de León. La caminata no había terminado y allí, como buen anfitrión, nos hizo de guía mostrándonos los lugares de importancia cultural de la localidad: la iglesia de san Pedro de la Rúa, iglesia de San Miguel, el puente picudo, etc., destacando la hermosa basílica de la Virgen del Puy. En esta localidad participamos de la Eucaristía de los niños, cantada por la PASJU. La última visita fue a la fuente del vino, de la que por la multitud de peregrinos que hacen el camino de Santiago y que habían pasado aquella mañana por allí, ya no caía ni gota cuando nosotros llegamos…, pero ¡nada de enfados!, todo fueron risas y chistes.
Aquí terminaba nuestra experiencia y tocaba regresar, pero faltaba el momento final: llegados a Vitoria nos dirigimos a la capilla de la residencia Juan Pablo I donde se hizo la oración final de despedida y el momento de agradecimiento, especialmente a dos personas importantes en esta peregrinación: el Padre Thierry y nuestra hermana Susana, a los cuales se les hizo entrega de una bandera de León con la dedicación de todos los asistentes a la peregrinación. Y de ahí, la despedida en el autobús, cantado el himno de León junto a la Madre Arancha, se prosiguió el camino, planeando ya el próximo encuentro.
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