Querida Dra. Ana María, gracias por tu testimonio de vida. Hoy, que ya no estás entre nosotros, podemos ver y palpar tu amor, tu fe y tu generosa entrega a Dios, a tu familia y a tantas personas como atendías.
Estudiaste con detalle la vida de Santa María Josefa, viviendo plenamente desde tu profesión, como Sierva laica, uno de los consejos que ella nos dejó a sus hijas: “No crean Hermanas, que la asistencia a los enfermos consiste en darles las medicinas, sino en la asistencia del corazón”.
Al celebrar tu funeral y ver la cantidad de personas que llenaron la capilla para despedirte, escuchamos los testimonios de cuántos habían recibido de ti, de tu asistencia, tanto cariño. Incluso, hablaban de tu automóvil que muchas veces te servía de consultorio, en el que, solícita, por las calles de Villa Lugano – Argentina, ibas provista de todo… Pero lo principal en ti era que, junto a tus recetas y diagnósticos, tus palabras hacían más eficaz la medicación. Experimentamos la certeza de que, “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn. 12, 23-24).
Con tu profesionalidad y tu mirada profunda, que veía las necesidades del corazón, fuiste adquiriendo los mismos sentimientos de Santa María Josefa hacía los enfermos.
Nos contabas, que para ti fue una gracia haber podido ir a Roma para su canonización.
Trabajaste en el Consultorio “Santa María Josefa”, durante tantos años; fuiste una fiel Sierva Laica, viviendo su lema de “Amor y Sacrificio” en tu profesión.
En tus últimos años viniste a vivir al Hogar “Santa María Josefa” y siempre nos decías que, “vivir aquí era como un retiro espiritual para preparar tu encuentro con Dios”. Hoy ya se ha dado ese encuentro.
Al ver a tantas personas a las que ayudaste de tantas formas, una piensa ¡que cielo tan grande tendrá! Y Jesús, que no se deja vencer en generosidad, te habrá dicho: “Ven bendita de mi Padre, entra en el gozo de tu Señor” (Mt. 25, 23)
Te agradecemos, que quisieras vivir como Sierva de Jesús Laica y, sobre todo, que siguieras al Médico Divino, atendiendo como Él a todos los que te rodeaban.
Gracias por lo que nos enseñaste y ayudaste, a tu lado aprendimos mucho.
Solo podemos decir, que junto a Él no te olvides de nosotras, tus hermanas Siervas y Siervos de Jesús.