El pasado 25 de febrero, en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a las comunidades académicas de las Universidades e Instituciones Pontificias presentes en Roma, que representan un grupo alrededor de 16.000 estudiantes de 120 países en los cinco continentes. El evento, tuvo como lema: “Formarse juntos para evangelizar”.
La Hermana Juana Santos, estudiante de teología en el Angelicum, asistió al encuentro y nos comparte lo vivido aquella mañana:
Ese día viví una experiencia increíble, sentirme un miembro más de la Iglesia entre todos los congregados. Era experimentar el sentimiento de ser hija de la Iglesia y comprometida como miembro a participar en un mundo dividido, fragmentado, polarizado, y a comunicar con misericordia el amor de Dios.
En su discurso, el Santo Padre, entre otras cosas, nos dijo:
¡Haced un coro! En efecto, la universidad es la escuela del acuerdo y de la consonancia entre las diferentes voces e instrumentos. No es la escuela de la uniformidad: no, es el acuerdo y la consonancia entre voces e instrumentos diferentes. Lo describe como el lugar donde diferentes conocimientos y perspectivas se expresan en armonía, se complementan, se corrigen y se equilibran mutuamente.
Esta armonía exige ser cultivada en primer lugar dentro de uno mismo, entre las tres inteligencias que vibran en el alma humana: la de la mente, la del corazón y la de las manos, cada una con su propio timbre y carácter, y todas necesarias. Lenguaje de la mente que se une al del corazón y al de las manos: lo que piensas, lo que sientes, lo que haces.
El Papa se detuvo en la inteligencia de las manos, explicó: Es la más sensorial, pero no la menos importante. De hecho, puede decirse que es como la chispa del pensamiento y del conocimiento y, en cierto modo, también su resultado más maduro.
Mientras las manos toman, la mente comprende, aprende y se sorprende. Sin embargo, para que esto ocurra, se necesitan manos sensibles. La mente no podrá comprender nada si las manos están cerradas por la avaricia, o si son “manos agujereadas”, malgastando tiempo, salud y talentos, o si se niegan a dar la paz, saludar y estrechar la mano. No podrá aprender nada si sus manos tienen dedos apuntando sin piedad a sus hermanos y hermanas descarriados. Y no se sorprenderá de nada si esas mismas manos no saben unirse y elevarse al Cielo en oración…
Hagamos, pues, armonía en nuestro interior, haciendo que incluso nuestras manos sean “eucarísticas” como las de Cristo y acompañando el tacto, en cada toque y toma, con una gratitud humilde, alegre y sincera.
¡Nunca solistas!, esta fue la invitación final del Santo Padre, haciendo referencia a la imagen del Cristo Resucitado:
Por favor: nunca solistas sin coro. “¡Tu turno!” y al mismo tiempo: “¡Tu turno!”. Esto es lo que dicen las manos del Resucitado: ¡a todos! Al contemplar sus gestos, renovemos entonces nuestro compromiso de “hacer coro”, en la armonía y la concordia de las voces, dóciles a la acción viva del Espíritu.
Fue un día maravilloso y agradezco a Dios el haber podido vivir esta experiencia.
Hna. Juana Santos, SdJ.
«Ese día viví una experiencia increíble, sentirme un miembro más de la Iglesia entre todos los congregados. Era experimentar el sentimiento de ser hija de la Iglesia y comprometida como miembro a participar en un mundo dividido, fragmentado, polarizado, y a comunicar con misericordia el amor de Dios».