Después de la entrañable celebración de las Bodas de diamante de Sor Estela Martínez, presidida por el Sr. Obispo, Luis Ángel de las Heras, CMF., queremos dar gracias a Dios porque hace 75 años, nuestra tía Estela, decidió vivir plenamente el mensaje de Cristo, de amar hasta entregar la vida por los demás.
Esta vocación, nació y creció en el seno de una familia cristiana y humilde que todo lo ponía en manos de Dios, siempre “si Dios quiere…”; que alumbraba las tardes de invierno con el rezo del rosario alrededor de la cocina bilbaína y los veranos en el fatigoso trabajo del campo. ¡Cómo ha cambiado nuestra sociedad!, en la que creyendo poseer todo, no poseemos nada, en la que ni siquiera hay espacio para Dios.
Si una estela es el rastro o huella que deja algo al pasar, no pudieron elegir mejor nombre religioso para nuestra tía, aunque familiarmente siempre será la monja GUAY. En el tiempo en que Sor Citroen conducía el 2 CV, Sor Estela laboraba entre los fogones de las casas de Bilbao, con humildad y prontitud para que las Hermanas pudieran cuidar con amor a los enfermos, haciendo milagros para poder cocinar con imaginación como pedía Santa Teresa.
A lo largo de su vida nunca ha dejado indiferentes a cuantos nos hemos cruzado con ella, ni en su familia, ni en su pueblo, ni en su comunidad, ni a tantas personas que venían a ver a la “morena de los bocadillos” con los que aliviar, tanto los mordiscos que da el hambre en el estómago, como los vacíos que genera nuestra sociedad en el alma de tantas y tantas personas que habitan en periferias cada vez más céntricas.
Siempre en marcha, con las zapatillas dispuestas para agrandar el convento más allá de las paredes que lo rodean. Para hacerse la encontradiza en la vida de quien más lo necesitaba. ¡Cuántos paseos haciendo de Simón de Cirene en las calles de nuestro querido León, soportando las cruces diarias!
Gracias por tener siempre tiempo para hablar desde la profundidad de la sencillez, con la psicología que da la experiencia vivida y el reposo del alma.
Sus ojos negros siempre rebosantes de vida, de alegría, no guardan relación con su edad, ya que la monja GUAY sigue teniendo un alma joven, que se traduce en un rostro acogedor que nos ha enseñado que se puede servir con alegría. Que la entrega incondicional conduce a la felicidad, que servir desde la cercanía hace visible el reino de Dios.
Gracias, por último, a todos cuantos habéis venido a compartir con las Hermanas Siervas de Jesús la felicidad de este día, aplazando vuestras múltiples responsabilidades. Permaneced en vuestra vocación desde la alegría para dar gracias a Dios.
León, fiesta de San Pedro y San Pablo.