Una de las fortalezas de la vida consagrada es conservar en el corazón la Palabra de Dios y discernir a su luz “los signos de los tiempos”. Jesús afirma sin rodeo: “El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna” (Jn 5,24). Hay seguridad cuando acogemos y escuchamos con atención la Palabra de Jesús, la meditamos en el corazón y la llevamos a la práctica. Ella nos llena de sabiduría y modela nuestro corazón como a la samaritana y al samaritano.
En la historia de la Iglesia han aparecido grandes fundadores. Todos han inspirado su vida de seguimiento de Jesús en la Palabra de Dios. En ella han forjado su proyecto de vida y, así, se lo han comunicado a sus hijos e hijas, con pasajes y textos claves del Evangelio. Por eso, para todos los consagrados la regla suprema es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone el Evangelio (PC 2,a). Acercarse a las comunidades religiosas para compartir la Palabra de Dios según el don carismático recibido por los fundadores enriquece a todos los miembros de la Iglesia. Como decía el Papa Francisco al comienzo de su pontificado: “Los religiosos y las religiosas son hombres y mujeres que iluminan el futuro”.
Siempre la Palabra de Dios ha sido inspiradora y ha sido nutriente sustantivo de nuestra vida consagrada. En ella se asienta y cobra fuerza nuestra profecía. Mucho se ha escrito sobre la centralidad de la Palabra de Dios en las comunidades. Ella nos infunde luminosidad y nos permite mirar hacia delante y defender con audacia la verdad y la justicia. Sugiero a continuación seis iconos.
- Las bienaventuranzas (Mt 5) y la hora de Jesús, que es nuestra hora, (Jn 12,20-32). El hombre que describe Jesús en las bienaventuranzas y el que delinea frente al hombre griego o pagano, nos hace pensar en serio sobre la calidad y responsabilidad ante la vocación personal. Jesús, ante los griegos, no les pregunta por las olimpiadas ni por las últimas investigaciones filosóficas, sino que se limita a decir: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,23-24). Esta hora, que también es la nuestra, es el icono de la libertad, de la generosidad, de la responsabilidad. El como vivió Jesús su hora, pone a prueba nuestro seguimiento.
- La transfiguración (Mt 17,1-9). Momento de revelación, de asombro, de escucha. “Este es mi Hijo amado, escuchadle”. Nos pone ante nuestras raíces trinitarias, en estado de apertura y acogida de la voluntad de Dios y a asumir con responsabilidad nuestra misión.
- El juicio escatológico (Mt 25,35-36). Descubrir el rostro de Cristo en el pobre, en el hambriento y encarcelado… La opción preferencial por los pobres.
- La unción de Betania (Jn 12,3). Lo explica Vita consecrata (n. 104): “El ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más allá de cualquier consideración `utilitarista´, es signo de una sobreabundacia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico. De esta vida `derramada´ sin escatimar nada se difunde el aroma que llena toda la casa. La casa de Dios, la Iglesia hoy, como ayer, está adornada y embellecida por la presencia de la vida consagrada”.
- Los dos de Emaús (Lc 24,13-35). Jesús nos sale al encuentro. Condición de discípulos, por lo mismo, dejarse interpelar, escuchar, interiorizar la Palabra, compartir en Eucaristía, recuperar la pertenencia comunitaria y anunciar que Jesús ha resucitado. Síntesis de un itinerario que nos ayuda a recuperar la esperanza, a mantener ardiente el corazón recordando las palabras y la vida de Jesús, a gozar el alimento en la Eucaristía, que nos nutre y fortalece; que rehace y estrecha las relaciones con los demás y nos llena de alegría para la misión. Este texto nos pone en guardia para no huir a Emaús.
- La comunidad de Antioquía (Hch 11,19-30). Comunidad pluricultural donde están presentes el Espíritu, el profeta, el hombre bueno que la preside y recupera a Pablo para el ministerio, y desde donde se ejerce la solidaridad. Esta comunidad hoy se vuelve en icono de sinodalidad.
(Bocos Merino, A. Perspectivas de futuro para la Vida Consagrada I. Vida Religiosa Monográfico 4/2022/vol.132, 78-82)