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Resulta difícil transmitir en unas líneas todo lo que se puede vivir en un tiempo de gracia como ha sido éste, de los cursillos de formación en la Casa Madre. Fueron impartidos, guiados y meditados por Mons. José Ignacio Munilla Aguirre, Obispo de San Sebastián, en este año jubilar centrado en el Corazón de Jesús: su amor misericordioso, redentor, oferente.

Me viene a la mente la siguiente frase de San Pablo: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos”. Es saber, caer en la cuenta, que vivimos en su presencia, sí, vivimos en su presencia, aunque no nos demos cuenta, porque para todo ser humano, Dios está presente irradiando su amor, cuidando, protegiendo, dando calor -como el sol-, guiando sus pasos.
Cuando el corazón humano se vuelve hacia el Corazón de Jesús descubre que está allí, que siempre ha estado aun cuando no lo percibía.
Volver los ojos al Corazón de Jesús para conocer lo que quiere decirle. Entrar en su Corazón, dentro de Él, para recibir de Corazón a corazón los sentimientos de amor misericordioso, amor compasivo, amor redentor que se sigue ofreciendo al unir el sufrimiento humano a su Corazón.

En estos días de especial gracia, las palabras de Mons. Munilla fueron muy reveladoras, consoladoras y de gran esperanza. Ojalá (pensaba) que todo el mundo pueda escuchar esto, que todo el mundo sepa cómo es este Corazón, que nadie se quede sin conocer este gran amor.
Y ¿cómo hacerlo? ¿Cómo puedo decir a los demás todo lo que mi corazón ha recibido del Corazón de Jesús? Sea en la comunidad, con las hermanas que vivo, en el apostolado que realizo, con las personas con las que trabajo o que cada día encuentro en mi camino, hacer llegar este mensaje no sólo como una devoción de estampa, una novena, una fiesta o solemnidad, un mes consagrado a su Corazón; sino que cada día Él sea el centro: en cada problema, en cada reto, en cada oportunidad de servir, en cada fracaso, en cada oración… continuar diciendo ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!
Creo que será la manera de hacer partícipes a los demás de lo que yo vivo: si tengo paz, daré paz, si tengo alegría podré irradiarla… porque nadie da lo que no tiene. Y si no podemos trasmitir es porque no hemos dejado que Él transforme nuestro corazón.

Todo este conocimiento y amor del Corazón de Jesús hace brotar en el mío solamente una palabra: ¡GRACIAS! Mi corazón se siente agradecido eternamente al descubrir tanto amor de Dios renovado cada día, amor misericordioso y redentor, amor gratuito y manso, que espera a la puerta, pacientemente, el tiempo de mi corazón
¡Mirad al Corazón de Jesús, miradlo!… Y si no tienes nada qué decir, deja que Él te mire. Id a su presencia para que vea lo que quieres presentarle, que conozca tus deseos y los transforme según los suyos.

Y vivir el gozo de la entrega: saber disfrutar, de lo nuestro, de la vida sencilla en amor y sacrificio, de ser y estar consagradas a Dios. Y pido la gracia de saber estar donde estoy, sin anhelar otros lugares, otras comunidades, otros apostolados, otros ambientes, otras épocas…

Allí donde estoy quiero compartir la vida (material y espiritual), y ofrecer los dones que Dios ha puesto en mí y también admirar los de los demás y acogerlos. Florecer, sí, es tiempo de florecer. Enterrar el grano en el tiempo de la siembra y esperar. Porque dondequiera que estoy, está Dios, su presencia y amor ardiente y vivo. Está en la creación y está en las obras de los hombres en sus diversas expresiones; aún más, está en el hombre, que es la obra de Dios.

El Corazón de Jesús, vivo, sigue latiendo de amor en el sagrario y en el corazón de cada hombre-hermano.

Sor Mª Isabel Márquez Martín
Palma de Mallorca, septiembre 2019