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Nuestra Hermana Aideé Atienza, da gracias a Dios y nos comparte su experiencia después de una importante operación.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

¡Todo se renueva en Cristo Resucitado y se expresa con el alegre canto del Gloria y del Aleluya!

Deseo, que Cristo Resucitado, a todos sin olvidarme de nadie, les conceda serenidad, alegría, esperanza y abundante fe.

Después de la experiencia vivida de mi primera cirugía de corazón y por segunda vez cuando me colocaron el marcapasos, tengo muchísimas cosas que quisiera contarles, pero trataré de sintetizar en lo que me pasó esta mañana.

Después de pasar de observación a sala coronaria, me dieron directamente de alta gracias a una buena evolución. El viernes santo dormí en casa, lo comento con alegría, dormí como angelito, sentí que descansé con el Señor, un sueño tan tranquilo, tan pacifico, sin dolor. Un silencio que hizo que mi Espíritu, mi cuerpo y mi mente descansara en paz y cuando abrí los ojos esta mañana mi corazón rebosaba de alegría y emoción ¡¡SENTÍ QUE HABIA NACIDO DE NUEVO !!, y que fui formada de manera tan admirable, con tanto amor, con tanto gozo, me sentí diferente parecía que todo estaba en total armonía.

Que alegría al sentir que respiraba sin dificultad, amanecer sin dolor y estar en casa con mis Hermanas de comunidad, mi corazón se llenaba de gozo.

 ¡SENTÍ QUE HABÍA NACIDO DE NUEVO!

Este tiempo de internación me ha servido de experiencia, empezando por tratar de ser más humana, cuidar enfermos no es lo mismo que ponerse en el lugar del enfermo, un despojo y una dependencia total de todo, pasé momentos un poco duros, pero cuando veía que el que estaba al lado mío se encontraba peor, me daba cuenta que lo mío no era nada.

Estando en la sección de coronarias, una noche me acordaba el Salmo 88: “Tengo mi cama entre los muertos como los caídos que yacen en el sepulcro”. Esto fue tragicómico, pero en este momento sentí que lo estaba viviendo, veía que era la que mejor estaba entre tantos enfermos, la única que podía moverme, aunque también tenía que depender en todo de los demás, yo tenía la opción de al menos poder rascarme la nariz, sentía el sufrimiento de cada uno, mis cinco sentidos percibían todo y la gravedad en que estaba, hacia donde miraba solo veía dolor y sin sentido, cada ruido, cada sonido lo percibía como mío.

Por atender a los enfermos estaba acostumbrada a todo eso, pero esta vez no fue lo mismo, era yo quien estaba en ese lugar. No era lo mismo, sentir que tu vida está en un hilo y saber que depende solo de Dios.

Puedo decir que me rece todas las Ave Marías que pude, todos los salmos que conocía y me venían a la mente, observé a cada enfermo, más bien, los escuchaba y conocía a cada uno por sus sonidos, observé el trato de cada enfermero/a, su forma de decir las cosas, la rapidez con que respondían a la necesidad del enfermo, la paciencia, el humor, el trato cariñoso y amable, los detalles, una sonrisa amable, el solo hecho de que te pregunten: ¿cómo estás? para el enfermo es vida y aliento, hice amigos y aprendí a tomar cariño a cada uno, a veces ni siquiera podía verles los rostros pero sabía quién era, cuando me tocó estar en lugares menos críticos y llamaba a la enfermera como no había timbre decía: enfermeraaa, enfermeraaa, y con mi voz débil no me escuchaba más que el vecino y entre todos nos ayudábamos. Había enfermos más simpáticos, otros que decían puras Ave Marías y otros más exigentes, que sólo querían café cortado. Entre todo lo trágico siempre había un poco de humor.

Pero lo que más agradezco, tanto del personal sanitario, como de mis Hermanas de comunidad, que tanto se han desvelado y me han acompañado en todo tiempo, es la humanidad de cada una, el trato amable, el realizar las cosas con verdadera vocación, la paciencia de cada una, porque un enfermo es demandante y como yo decía a alguna Hermana: «no sé lo que me pasa, ni yo sé lo que quiero”. No encontraba lugar, todo me dolía, todo me molestaba, a ratos tenia frio, a ratos calor, por eso queridas Hermanas, estar y ponerse en lugar del enfermo es un acto de amor muy grande y es el mayor aprendizaje que pude lograr, aparte de tratar de vivir la vida con alegría y cada día como una nueva oportunidad que Dios me regala, ser agradecida y sobre todo no dudar en mantener la fidelidad a Aquel que dio su vida por mi como padre Misericordioso y me libró del pecado.

La vida es tan corta, yo lo puedo decir a mis 32 años, hoy estamos bien, pero de un momento a otro no sabemos, lo más importante es vivir en fraternidad, amarnos unas a otras como verdaderas Hermanas, aceptándonos como somos, tolerándonos, teniendo paciencia principalmente con uno mismo, en teoría todo esto lo sabemos y empezando por mí me doy cuenta que lo tengo que encarnar en mi vida. Les invito a vivir en la entrega completa de nuestra propia vida a Jesús, entregarle nuestro pasado para que el borre nuestros pecados, nuestro presente para que se haga su voluntad y nuestro futuro lo confiamos a su providencia.

Aprovecho queridas Madres y Hermanas por la nueva oportunidad que me regala Dios de pedirles perdón a todas y cada una. Y mi inmensa gratitud, principalmente a Dios por el milagro de mi vida, a nuestra querida Madre Fundadora, a nuestro Venerable Padre Mariano José, al Sagrado Corazón de Jesús, a San José y a mi Madre Inmaculada, porque no dudo que mi pronta recuperación ha sido un milagro y que ellos estuvieron a mi lado todo el tiempo junto a mi ángel de la guarda.

También a M. Martina Espinal y MM. del Consejo, M. Elisa Quiroz y Consejo, a cada M. Superiora y a todas mis Hermanas Siervas de Jesús, mil gracias por hacerse presente de una forma u otra, de una manera especial a mi querida comunidad de Rosario. Gracias mis queridas Hermanas por estar conmigo, gracias por tanto amor, gracias también por acoger a mi familia, por hacer que se sientan en casa y por mantenerlos informados en todo tiempo, gracias por la presencia de mi hermana Sor Marlene Atienza que vino acompañada de M. Elisa Quiroz, más agradecida no puedo estar.

Gracias a la asistencia Espiritual del Padre Pedro Benites y del Padre Luis Ortega que en todo tiempo se preocuparon de mi preparación espiritual, de confesarme y administrarme la santa unción, admirables sacerdotes que no se cansaron de acompañarme con palabras de aliento y visitas al sanatorio.

A la familia de los Siervos de Jesús Laicos, a cada familia que me acompañó, me visitó, a la familia de los residentes, a las oraciones de las abuelitas/os residentes en casa, al personal que en todo momento se hacían sentir con cariños y hasta donaciones de sangre, a todos los amigos y amigas, conocidos, mil gracias.

Agradezco también al equipo médico que se portaron como un sol.

Al Dr. Luis Scocco, médico de cabecera de las Siervas de Jesús y al Dr. Antonio Gentile, cardiólogo. Al Dr. Esteban Benavidez, Geriatra de la Residencia de Rosario que también junto al Dr. Augusto Fernández contribuyeron con sus conocimientos y cercanía.

Al Dr. Mario Argüello y equipo, que lucharon mucho y me dieron el tiempo necesario y confiaron que mi corazón podría resistir sin marcapasos, gracias mil gracias.

Al Dr. Diego Echiavoni y su equipo, que me colocó el marcapasos, que con su buen humor convirtieron mi pequeño miedo en una cirugía de pura risa e hizo que el tiempo de la cirugía me pareciera solo de 5 min.

Culmino agradeciendo a Dios por darme una nueva oportunidad, un nuevo nacimiento y la mejor oportunidad de todas es la de poder optar nuevamente por El, con un sí alegre y renovado.

Porque El hace nuevas todas las cosas y en el todo rejuvenece.

Cristo ha resucitado, resucitemos con Él.

¡Feliz Pascua para todos!

 

Hna. Ma Aideé Atienza Contrera, SdJ

Rosario – Argentina, 9 de abril del 2023