
La mañana del 21 de abril, lunes de Pascua, con profundo dolor, nos sorprendía la triste noticia del fallecimiento de su Santidad, el Papa Francisco, quien regresaba a la Casa del Padre, después de haber entregado su vida al servicio de Dios y de la Iglesia. Un Pontificado marcado por la misericordia y la esperanza.
El miércoles, 23 de abril, en profundo silencio y recogimiento, su féretro fue trasladado desde su residencia de Santa Marta a la Basílica de San Pedro, donde acudieron fieles de todos los rincones del mundo para darle el último adiós.
Providencialmente, Madre Martina Espinal, Superiora General, tenía programado de antemano, su viaje a Roma el día 25 de abril, a la Casa General. Decimos providencialmente, ya que, a su llegada, esa misma tarde, directamente desde el aeropuerto, tuvo la oportunidad de acudir a rezar ante el féretro del Papa Francisco. Después de tres horas de espera, finalmente, a las seis y media de la tarde aproximadamente pudo entrar a la Basílica, que acogía a los fieles en un silencio profundo, pero a la vez se percibía el gozo y la certeza de saber que nuestro querido Papa Francisco goza de la presencia de Dios y ahora desde el cielo intercede por su Iglesia y el mundo que tanto amó en la vida.
Acompañada por la Madre Superiora de la comunidad de Roma y una Hermana, pudieron estar muy cerca de donde estaba el cuerpo del Papa Francisco y tener un momento de oración y agradecimiento por su vida como Pastor de la Iglesia, una vida de entrega sencilla y humilde que han marcado estos doce años de Pontificado. Un Pastor que hasta el final de su vida nos brindó un mensaje de esperanza, que nos invitaba a los religiosos a vivir nuestra vida con ilusión, alegría y en fraternidad, viviendo el Evangelio en la vida cotidiana, dando testimonio de Cristo resucitado, especialmente acogiendo a los más pobres y descartados de la sociedad, los predilectos del Señor.
Gracias Papa Francisco por tu legado de un amor incansable, por enseñarnos a ser constructores de paz, a caminar juntos, a mirar al Crucificado y en esa mirada encontrar consuelo y fortaleza. Nos invitaste a soñar con una Iglesia de brazos abiertos, que acoge y perdona. Y a ponernos siempre bajo el amparo de la Stma. Madre del cielo, de quien fuiste su fiel devoto y amaste con especial predilección, hasta el punto de desear ser enterrado en la Basílica dedicada a la Stma. Virgen, “Salus Populi Romani”, a quien visitaste antes y después de cada viaje internacional. A Ella encomendabas cada viaje apostólico.
Descansa en paz, querido Papa Francisco e intercede por la Iglesia que tanto amaste y ahora se prepara para acoger a un nuevo sucesor de Pedro.