Por Sor Merlin Estela, SdJ
“Estaba enfermo y me visitaste” (Mt 25)
25 de julio de 1871. ¡Bendito año aquel! En ese día nació una nueva historia, una nueva misión, un camino que aún hoy seguimos recorriendo las Siervas de Jesús de la Caridad.
Una misión que es riqueza para la Iglesia y esperanza para el mundo.
¿Verdad, queridas Hermanas, que recordamos con especial aprecio esta fecha? Fue entonces cuando comenzó la vida intrépida de unas mujeres que lo dejaron todo por amor a Dios, para hacer de la caridad el distintivo de sus vidas… y de las nuestras.
Cuando Dios puso el carisma en el corazón de Santa María Josefa, ella vio con claridad que a los enfermos no solo les faltaban cuidados, sino también el anuncio del Evangelio.
Hoy, como hijas suyas, podemos decir con convicción:
👉 La caridad se hace plena cuando dejamos que nuestro corazón arda de amor por el hermano que sufre,
por el que ha sido descartado, por el que no cuenta, por aquel que clama porque su vida parece no tener ya sentido.
Experiencias que tocan el alma
¿Cómo no plasmar aquí las experiencias que he vivido al lado de tantos hermanos enfermos?
Mi experiencia asistiendo a los enfermos ha sido profundamente edificante.
He encontrado personas que, incluso en medio del dolor, han sabido abrazar su enfermedad con fe, con madurez, muy unidas a Dios.
Pero también he vivido la otra cara del sufrimiento. Algunos enfermos rechazaban nuestra presencia. Nuestra cercanía les recordaba a Dios… y eso les dolía.
Algunos decían que Dios los había abandonado.
Otros, que no eran amados por Él.
Y no faltaban quienes se declaraban ateos.
Una de las preguntas que más escuchamos es:
“¿Por qué Dios me ha abandonado en mi enfermedad?”
Y entonces, la Sierva de Jesús se convierte en presencia que sostiene, que consuela, que transforma.
Cuando el dolor se queda solo
Muchas veces asistimos a los enfermos en sus casas. No siempre nos reciben en lugares limpios o dignos.
Es duro ver habitaciones oscuras, tristes, apartadas del afecto familiar.
A veces son personas que lo dieron todo por los suyos y que ahora, en el momento más vulnerable, están solas.
Frente a esta realidad, la Sierva de Jesús no se detiene.
Sabemos que el sufrimiento sin fe se vuelve más pesado. El enfermo sufre por su cuerpo, pero también por su alma, por la ausencia de sentido, por la separación de los suyos, por el aislamiento que impone la enfermedad.
Nuestra misión es acompañar, aliviar, evangelizar, consolar.
Y en este proceso, muchas veces, el enfermo se convierte en testigo del amor de Dios.
La caridad no tiene fronteras
Entregamos la vida con alegría, y no solo al enfermo: también a sus familias, que sufren y cargan con muchas incertidumbres.
Como nos enseñó nuestra Santa Madre, la caridad no conoce límites ni fronteras.
Queridas Hermanas, que nunca se nos olvide que hemos sido llamadas a vivir el “Amor y el Sacrificio”, lema que nos caracteriza como Siervas de Jesús de la Caridad.



