Por Sor Myriam Guadalupe, SdJ
No se puede generalizar, pero esta es una de las preguntas más frecuentes cuando una hija responde con generosidad a una vocación a la vida religiosa o al sacerdocio:
“¿Te pierdo o te gano?”
Hoy quiero compartir mi experiencia vocacional–vacacional en familia.
Puedo decir, con toda alegría, que mi familia no me ha perdido… ¡me ha ganado!
Es verdad que solo nos vemos cada dos años y que tengo que cruzar el charco desde España para llegar a las Américas, pero si pudieran verme por una rendija cuando vuelvo, comprobarían que lo que vivimos es un regalo:
la alegría del reencuentro, la emoción de un paseo junto al lago, una comida sencilla que sabe a gloria entre risas, historias, chistes y confidencias.
Nos sentamos sin prisa, hablamos de todo: de la fe, de la emigración en Estados Unidos, de las preocupaciones con los hijos… Compartimos la vida tal cual es, y juntos nos hacemos la pregunta que vale por mil:
¿De qué quiero llenar mi vida?
Y buscando juntos, vamos encontrando respuestas.
Recuerdo especialmente las caminatas con mi hermana por senderos llenos de follaje, tortugas, ardillas y chicharras. En medio de aquel paisaje, propuse:
“¿Y si rezamos el Rosario mientras caminamos?”
Y así lo hicimos. Momentos simples… y profundos. Muy de Dios.
Me conmovió ver a mi hermana mayor tejiendo muñecas a ganchillo, con ilusión y creatividad. ¡Alguna vino conmigo hasta Vallecas! Y así, día a día, las vacaciones se fueron llenando de historias, de encuentro y de gratitud.
También me hizo sonreír la pregunta de Lia, de cinco años:
“¿Por qué no te cambias de vestido?”
Y luego me dijo algo que me tocó el corazón:
“¡Tú siempre estás sonriendo!”
Eso no se me olvida.
Una vocación que no se toma vacaciones
Hay otra parte de mí a la que no renuncio, incluso en vacaciones: la vida parroquial.
Prácticamente salí del templo al convento, y por eso siempre es una alegría poder compartir la fe en mi querida Parroquia de San José.
Cada día participo en la Eucaristía en español, colaboro con el Ministerio de la Divina Misericordia los domingos, visité el grupo de Emaús de mujeres y hombres, conocí a los jóvenes de la parroquia… y me encontré con personas que, como yo, viven su fe con alegría y servicio.
Gracias… por todo
Solo me queda decir ¡Gracias!
Gracias primero a Dios, que me ha regalado esta vocación y esta familia.
Gracias a mi comunidad y a los voluntarios que, mientras yo estaba de vacaciones, sacaron adelante el comedor con alegría y entrega.
No lo digo porque me crea imprescindible, sino porque somos un gran equipo, y unidos nos crecemos.
Gracias también a mi Congregación.
En ella y con ella soy lo que soy: Sierva de Jesús de la Caridad.
En Chicago, en Vallecas… y donde haga falta.



