Siervas de Jesús de la Caridad
“¿Y nosotras, para qué estamos? ¿De adorno?”
Esta fue la respuesta que una de mis hermanas Siervas de Jesús dio a una paciente encamada en una de nuestras clínicas, cuando esta comentó que no había querido llamar al timbre para no molestar. La expresión me hizo mucha gracia, pero al mismo tiempo me llevó a reflexionar sobre nuestra misión. Creo que Santa María Josefa del Corazón de Jesús, en estos días en que celebramos el 25 aniversario de su canonización, hubiera dado exactamente la misma respuesta.
Y es que, al igual que su imagen —presente en una de las salidas laterales de la Basílica de San Pedro en el Vaticano y en tantas iglesias, catedrales, parroquias y comunidades nuestras— no está “de adorno”, así tampoco sus hijas e hijos, herederos de su carisma, podemos estar como un accesorio.
Como decía un amigo sacerdote:
“No queremos ser santos para salir en una estampa, sino para vivir en el Amor.”
Y eso es precisamente lo que todas estas imágenes de Santa María Josefa —casi siempre representada en movimiento— nos enseñan y recuerdan. La mayoría aparecen con nuestro lema “Amor y Sacrificio”; en otras, a la cabecera de un enfermo, acompañando a un niño o alimentando a un anciano.
“En la vida de la nueva santa, primera vasca en ser canonizada, se manifiesta de modo singular la acción del Espíritu. Este la guió al servicio de los enfermos y la preparó para ser madre de una nueva familia religiosa.”
(Homilía de S. Juan Pablo II en la misa de canonización, 1 de octubre del 2000)
Santa María Josefa vivió su vocación como apóstol auténtica en el campo de la salud, pues su estilo asistencial buscaba conjugar la atención material con la espiritual, procurando por todos los medios la salvación de las almas. A pesar de estar enferma los últimos doce años de su vida, no ahorró esfuerzos ni sufrimientos, y se entregó sin límites al servicio caritativo del enfermo en un clima de espíritu contemplativo, recordando que:
“La asistencia no consiste sólo en dar las medicinas y los alimentos al enfermo; hay otra clase de asistencia…, y es la del corazón, procurando acomodarse a la persona que sufre.”
Y es que este consuelo que Santa María Josefa quería llevar a cada corazón es algo a lo que la inteligencia artificial no puede llegar. Por ello no estamos de adorno: nuestra misión no pasa de moda, porque ese calor humano y maternal que ella ofrecía con su acogida y su solicitud es insustituible.
Verdaderamente, la suya fue “una vida para los demás”, al igual que la del Venerable Mariano José de Ibargüengoitia, sacerdote cofundador de nuestro Instituto. Como dice la carta de Santiago:
“Muéstrame tu fe sin obras y yo, por las obras, te mostraré mi fe.” (Santiago 2,18)
Así, el Amor que nuestra Fundadora recibía del Corazón de Jesús se tradujo en obras de misericordia, siempre abierta a dar respuesta a nuevas necesidades.



