Hna. M.ª del Carmen Fernández, SdJ
Celebrar 50 años de vida religiosa es volver la mirada atrás y ver cómo Dios ha sido fiel. Sor Carmen, Sierva de Jesús, nos abre su corazón en este testimonio sencillo y lleno de gratitud, donde cada etapa es una historia de amor vivido junto a los enfermos, los ancianos… y siempre con Jesús.
Un hilo que no se rompe: Dios
“El hilo conductor de estos 50 años —nos dice— ha sido la constante compañía de Dios. Me ha sostenido siempre. He sentido su presencia muy viva, especialmente en la Eucaristía y los Sacramentos, que han sido mi fuerza diaria.”
Desde su primera etapa en Roma, donde pasó 20 años inolvidables, Sor Carmen recuerda el bien que le hizo la comunidad, “especialmente siendo tan joven”, y cómo aprendió a darse sin reservas en el cuidado de las residentes. “A través de ellas servía a Dios”, dice.
De Roma a Vitoria… y siempre, el mismo corazón
A su regreso a España, vivió en varias comunidades, siempre al servicio de los mayores y enfermos. En Vitoria, cuidó de ancianos en la residencia con el mismo amor: “entregarme y amar a Dios a través de ellos”. Después, en la comunidad, comenzó la asistencia nocturna, que le costó, pero encontró consuelo en su devoción de siempre: “le pedí ayuda a la Virgen Blanca, que me acompaña desde niña”.
En Burgos, sirvió de noche en la residencia sacerdotal, una etapa especialmente rica: “Cuidé de sacerdotes muy necesitados… pero ellos me dieron muchísimo a mí. Me edificaban con su fe en los últimos momentos de su vida.”
“Dios sabe todo”
“No sé si he sido perfecta —comenta con humildad— pero solo Dios sabe mi entrega, mis defectos, y todo el esfuerzo puesto por amor. He querido vivir el carisma de nuestra Madre Fundadora con sencillez y perseverancia. Y quiero seguir… hasta el final.”
En preparación a sus Bodas de Oro, vivió tres días de retiro en San Pedro de Cardeña, con los cistercienses: “Fue un regalo de Dios. Las charlas del monje me ayudaron a ver que Dios me sigue sosteniendo y animando a seguir.”
Un día para no olvidar
Desde las vísperas, Sor Carmen fue rodeada de cariño: “Las Hermanas me llenaron de detalles. Incluso vinieron Sor Teresa, mi hermana de toma, y Sor Silvia desde Castellón.” El 14 de junio, la capilla se llenó de rostros y corazones: su familia, hermanas de muchas comunidades, y la presencia cercana de nuestra Madre General, Madre Martina, y otras Madres como Carmen Velasco y Rosalina.
La Eucaristía fue presidida por Don Carlos Alonso, sacerdote muy querido por la Congregación. Concelebraron otros cuatro sacerdotes. “Su homilía sobre la vida consagrada, silenciosa y desgastada por amor, me emocionó mucho. Renové mis votos ya hasta el fin de mi vida.”
Después compartieron un “lunch” con los amigos y, más tarde, una comida en familia.
Gracias… siempre gracias
“No hay palabras para agradecer tanto. Doy gracias a Dios por su misericordia, por su amor, por todas las bendiciones que ha derramado sobre mí. Y pido que Él bendiga a todos los que me han acompañado.”
Gracias, Sor Carmen, por tu testimonio. Por tu vida entregada. Por recordarnos que el amor, cuando se da del todo, se convierte en alegría.



